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Prisionera.

Beth era una chica normal casada con un hombre adinerado lo que le permitía llevar un nivel de vida bastante elevado, vivía en un palacio con muchísimas tierras que cultivaban tanto sus trabajadores como su marido, mientras que ella decía que nunca realizaría un trabajo de campo puesto que no estaba dispuesta a ensuciarse las manos pues se dedicaba a tejer, a tomar té y a atormentar a todas las personas que no eran de su condición burlándose de todas y cada una de ellas, desde los niños hasta los ancianos. Era una mujer soberbia para la corta edad que tenía estaba cerca de cumplir los veintitrés años. Debido a que anteriormente era pobre se dijo que jamás iba a pasar por lo mismo y nadie nunca le diría que es una pobre muerta de hambre lo decidió cuando sus padres y su hermano pequeño murieron delante de sus ojos asesinados por algunos soldados extranjeros. Por lo que ahora hacía lo que quería, cuando, donde y como quería ella que se hiciesen las cosas sin importarle a cuanta gente tenga que pisar para conseguir todos sus propósitos.


Eso para el verdugo y señor de la villa, Ían Dimdley, era un pecado terrible y pensó que ya iba siendo hora de hacerle pagar a aquella odiosa pero hermosa mujer lo que le estaba haciendo a la buena gente de la villa con su complejo de superioridad. Haría lo que fuese necesario para que aquella mujer cambiase y se convirtiese en una humilde y buena mujer sumisa.


Unos días más tarde unos hombres montados a caballo se presentaron en el palacio de Beth aprovechando que su marido no estaba y amenazando a todo el personal de servicio con que si no los dejaban entrar les rebanarían el cuello. Entraron hasta el salón donde se encontraron a una Beth de espaldas tocando el arpa, uno de esos hombres se abalanzó sobre ella amordazándola y atándole las manos en la espalda mientras otro le tapaba la cabeza con una capucha negra, una vez que estuvo indefensa y nadie parecía poder oírla ni acudir en su ayuda no pudo soportar tal tormento y se desmayó.

La cabeza le daba vueltas y le dolía toda y cada una de las partes de su cuerpo incluido el pelo, aparte tenía un frío increíble que le hacía castañear los dientes y cuando abrió los ojos no sabía dónde se encontraba solo que aquel lugar era de lo más extraño, estaba como en una celda, las paredes eran de piedra y estaba tumbada sobre un camastro de paja helado completamente desnuda. Cuando se percató de su desnudez se asustó mucho, intentó taparse con sus manos contra la pared todo lo que las cuerdas le permitían pues también estaba atada de pies.Escuchó entonces como unos pasos se acercaban bastante despacio y la puerta de la celda se abrió, apareció ante ella una figura conocida, un hombre bastante alto mediría cerca del metro noventa, moreno y bastante apuesto, pero era un atractivo despiadado y frío. Era el verdugo y señor de la villa Ían Dimdley. Lo conocía bastante bien ya que anteriormente había tenido junto con su marido algún que otro pleito a causa de sus tierras que nunca quisieron venderle.


- ¿Sabes por qué estás aquí Beth? Le preguntó el hombre acercándose a ella.


- No, no sé porque estoy aquí. Pero lo que sí sé es que en cuanto salga de aquí voy a hacer que te cuelguen por esto maldito desgraciado.


- ¿Quién te ha dicho que vas a salir de aquí puta? Te informo de que estás aquí por pecadora, porque eres una mujer egoísta y soberbia y tienes que expiar tus sucios pecados.


- No te saldrás con la tuy...


No terminó de hablar cuando Ían salió de su celda, cerrando la puerta de un golpe dejándola allí a la espera de que le dijeran que iba a ser de ella. Las horas pasaban lentas ahí metida tumbada en el frío suelo, sin ventilación ni ventana alguna y sin ni si quiera algo con lo que poder cubrir su desnudez. Con la única iluminación de un candil de aceite a medio apagar, golpeaba la puerta una y otra vez gritando y sollozando a quien quiera que la pudiese escuchar y ayudar, pero no recibió respuesta alguna. Más tarde se despertó pensando que quizás todo había sido una horrible pesadilla y estaría acurrucada en su cama con dosel junto al cuerpo de su marido, pero no fue así, seguía en aquella celda desnuda aún y todavía con las piernas atadas con las cuerdas que estaban empezando a cortarle la circulación de la sangre y también tenía mucho apetito. De pronto volvió a escuchar aquellos pasos y en cierto modo se alegró. La puerta se abrió por segunda vez pero esta vez era un hombre algo más bajo y menos fuerte el que apareció ante ella, se echó prácticamente encima de ella y con otra cuerda ató sus manos.


- ¡Andando perra! No me hagas perder el tiempo. Le gritaba el hombre cuando le desató las cuerdas de las piernas y apenas podía mantenerse en pie.


Anduvieron bastante tiempo por un largo pasillo de piedra que estaba prácticamente a oscuras y no se podía ver el final, avanzaba a tropicones acompañada de aquel hombre hasta que llegaron a una sala donde la colocó justo en el centro de la habitación en donde Ían y sus hombres no apartaban la mirada de su cuerpo, en total contando al hombre que la había traído desde la celda eran cerca de siete hombres que no dejaban de mirarla de forma lujuriosa lo que le provocó algo de miedo.


- Te voy a explicar por qué estás aquí Beth, como ya sabes le he echado el ojo a tus tierras y voy a hacer que me las des quieras o no quieras.


Uno de los soldados se acercó a ella y le tendió en la mano un papel para que lo leyese, era una confesión sobre delitos de brujería y magia negra que ella no había cometido y por lo que se le acusaba.



- Bien querida Beth, cuando firmes ese documento será cuando podrás marcharte como si nada de esto hubiese pasado, mientras tanto permanecerás en este agujero con todos nosotros.


Ella sabía que si firmaba ese papel le estaría entregado todo cuanto tenía tanto ella como su marido pero si no lo hacía ¿Qué le depararía el futuro cercano? ¿Qué le harían todos esos hombres para conseguir su firma? Ella era una mujer muy orgullosa y no iba a permitir que un tipejo como aquél la intimidase, así que rompió el papel rajándolo por la mitad y tirándolo hacia delante. Ían le hizo un gesto con la cabeza al soldado que estaba junto a ella quien comprendió lo que le quería decir y con una risa endemoniada la sacó de la sala y la condujo a otra por una puerta lateral, esta vez no era una habitación vacía pues en todas partes había todo tipo de aparatos y máquinas de torturas. De repente se abrió esa puerta y apareció Ían pero estaba solo, por lo que estaba ella con otros dos hombres. Ían y el soldado la ataron con cuerdas tanto en sus muñecas como en sus piernas y tiraron de ella para obligarla a mantenerse de pie con los brazos en cruz, momento que aprovechó Ían para colocarse detrás de ella con un látigo que hasta entonces no había visto.

¿Vas a firmar ahora Beth?


- ¡Nunca! ¿Me oyes Ían? ¡Nunca voy a firmar nada para darte mis tierras, maldito bastardo, ojalá y te pudras en el infierno!


- Vaya, vaya, así que eres una gatita con las uñas afiladas...muy bien tú lo has querido así encanto.


Y justo al decir eso un chasquido rompió el silencio de aquella sala un fuerte latigazo golpeó su espalda, seguido de un fuerte grito de dolor, después del primer latigazo le sucedieron otros nueve cada vez más y más fuerte, pero por alguna razón que escapaba de su mente la estaba excitando. Pero no se detuvo ahí, Ían se puso delante de ella y le colocó unas pesas colgadas de sus duros y erguidos pezones, mientras lo hacía no dejaba de mirarla directamente a los ojos y podía notarse como el deseo de follársela lo invadía poco a poco. Una sonrisilla se dibujó en su rostro mientras colgaba aquellas pesas de sus llenas y redondas tetas. Beth estaba muy asustada y pensaba que podía soportar todos los golpes que le dieran pero no soportaría que abusasen de ella todos esos hombres. Una vez le colgó las pesas regresó a su anterior ocupación y esta vez el objetivo era su lindo y redondeado culo, donde descargó otros diez golpes.

Por ese día ella había tenido suficiente para demostrarle a que se enfrentaba e Ían ordenó que la llevasen de nuevo a su celda. Mientras la llevaban atravesando de nuevo el pasillo no hacía nada más que pensar en lo que le había hecho Ían minutos antes y sus amenazas que por contrario que fuesen la habían excitado y no había pensado un solo momento en su marido. La metieron en la celda de un empujón y le dieron agua y algo de comer que tenía una pinta realmente horrenda, vamos que comer barro seguramente sería más saludable que aquella comida, pero no iba a desperdiciarla pues llevar todo un día sin comer no le estaba sentado nada bien, pasadas unas horas entró un hombre algo mayor con una tina llena de agua caliente oliendo a fresas silvestres, el hombre la miró con la misma mirada con la que te miraba un abuelo y le dijo amablemente que el señor había ordenado que se bañase.


Estaba realmente cansada como para desobedecer y mientras pensaba en todo ello y las mil maneras en las que podrían volver a torturarme justo antes de llegar a la bañera e introducirme en ella sentí que unas fuertes manos me rodearon la cintura y me apretaron contra un cuerpo realmente cálido y fuerte. Del susto me puse tensa pero al sentir el olor de su perfume y su voz gutural se me erizó el bello.


- ¿Me has echado de menos amor? Susurra él en mi oído dando pequeños mordisquitos haciendo que me recorra una oleada de escalofríos.


Sucio asqueroso ¡bastardo!...Le dije intentado zafarme de su agarre.


- Jajaja no sabes la gracia que me haces Beth, ya es hora de que aprendas un par de cosas. Me dijo en un tono demasiado jovial que nunca había oído antes viniendo de él.


- Te odio con todo mi ser y toda mi alma, desgraciado haces todo esto por las tierras y por que no quise casarme contigo. Le respondí con todo el acoplo de la valentía y cabezonería que tenía.


- ¿Sabes? Me vuelve completamente loco que las mujeres se entreguen a mi sin preguntas y con pasión pero tú eres lo opuesto a todas con las que he estado... me la pones dura con solo mirarme de esa manera preciosa y sabes que siempre te he deseado.



- Eso es porque tú me calientas… y no de la misma manera en la que lo haces tú conmigo, me calientas de una forma en la que te mataría. Le respondí sonriendo.


- Venga, entierra el hacha de guerra por unos momentos Beth, he venido en son de paz, solo quiero hacer que disfrutes. Dijo sonriendo de una forma malévola.


Como si fuese una invitación empieza a besarme el cuello mientras me obliga a caminar hacia la pared que está enfrente de la bañera. Cuando llegamos me aprisiona con su cuerpo, me coge las manos y me las sube apoyándolas con las palmas abiertas sobre la fría pared y apretando quizás demasiado fuerte, pero eso es algo que no me importa. Sin separarse de mí desciende las manos por mis brazos en una caricia, hasta que llega a mis hombros que masajea lentamente al mismo tiempo que me besa el lóbulo de la oreja, el cual tortura a lametones y mordiscos. Empujo el culo contra su ya palpitante y dura erección y no pude evitar gemir de la sorpresa, estaba realmente duro y noté como se humedecía mi entrepierna. Entonces baja desde mi cuello acariciando mi espalda con ambas manos las cuales posa en mi cintura y siento como sus manos me aprietan bastante fuerte y cada vez más fuerte como diciendo que soy única y exclusivamente suya. Me acerca a su erección haciendo que me restriegue contra esa dureza.



- No te muevas cariño, si no esto va a terminar muy pronto y no queremos que eso suceda.


Dirijo mis manos hacia sus pechos, los acaricio por encima y los aprieto notando como se van endureciendo con mi toque. Muy despacio le bajo los brazos y empiezo a darle la vuelta sin dejar de acariciarla en ningún momento, cuando está frente a mi hundo la cara en su cabello para aspirar ese olor que tanto me gusta, a fresas silvestres. Le recorro el cuello con la lengua haciéndola jadear de placer pues he descubierto que le gusta mucho y es uno de sus puntos débiles, entonces me detengo y observo su cara ruborizada de placer, sus ojos ardientes y llenos de deseo mientras me mira fijamente esperando que le voy a hacer a continuación. Mientras me la como con la mirada me voy desvistiendo y cuando estoy completamente desnudo me dirijo hacia ella, sin tocarla ni rozarla si quiera pongo ambas manos contra la pared justo por encima de su cabeza encerrándola así entre mis brazos.



- Estoy loco por follarte nena, pero a pesar de que quiero hacerlo también deseo que supliques, y volverte totalmente loca de placer hasta que no puedas más.


La cojo de la mano y nos dirigimos hacia el camastro de su celda, la ayudo a tumbarse boca arriba y me inclino sobre ella una vez que la tengo completamente desnuda y a mi merced busco en uno de mis bolsillos algo para taparle los ojos. Me coloco encima de ella y le pongo un trozo de camisa roto atándola un poco fuerte pero no quiero que vea nada de nada. Le separo las piernas ciego de lujuria y sin esperar un minuto más la embisto fuerte, penetrando hasta lo mas profundo de su ser. Eso hace que ella sienta como su cuerpo se contrae y se aprieta entorno a mi polla, jadeando y casi sin respiración me abraza fuerte y se pega a mí, ambos ya sin control empezamos a movernos frenéticamente. He perdido el poco control que me quedaba y la follo con una pasión y una fuerza que nos quema por dentro como si estuviéramos en una hoguera y estuviésemos a punto de convertirnos en ceniza.


- Vaya ha sido toda una sorpresa encanto, ¿vas a firmarme ahora el documento? Me preguntó acariciándome la mejilla.


- Nunca…no voy a firmar nada para darte ese gusto, hijo de p…


- Ahórrate tus insultos Beth, si no vas a firmar por las buenas ya lo harás por las malas tarde o temprano, porque te advierto que tengo todo el tiempo y paciencia del mundo. Que duermas bien.


Se quedó completamente dormida llorando en aquel camastro, desnuda y muerta del frío pues todavía no le habían dado nada para poder taparse. A la mañana siguiente ella seguía dormida, no se había dado cuenta de que habían entrado los soldados y uno de los soldados se acercó a ella y le habló.



- Tienes mucha suerte puta de que el verdugo no nos deje tocarte ni un solo pelo de tu roja cabellera, porque te aseguro que todos y cada uno de nosotros estamos deseando tener la oportunidad de jugar un ratito contigo. Le susurró al oído mientras le acariciaba uno de los muslos con la mano llena de callos.



- ¡Buenos días mi señora! ¿Ha dormido bien? ¿Ha sido de su agrado la estancia? Le dijeron otros soldados y entre risas la sacaron de allí y la llevaron de nuevo a aquella sala en donde había estado el día anterior.


Sentado en una gran silla cubierta de terciopelo rojo estaba Ían y tenía en la mano otro documento enrollado, ella ya sabía que era aquello entonces antes de poder pensar algo más él se levantó se acercó a ella y la besó de una manera tan voraz que no solo devoró su boca y recorrió la comisura de sus labios dándole algún que otro mordisco sino que se deleitó en la forma de besar de ella y de su respuesta que le sorprendió gratamente sobre todo porque no había podido dejar de pensar en la deliciosa mujer con la que había estado hace apenas unas horas en su celda. Entonces se apartó un poco y le volvió a hacerle a misma pregunta y obtuvo la misma respuesta que el día anterior. Esta vez el verdugo la agarró del pelo y la llevó hasta un potro, donde con fuerza bruta la inclinó para poner sobre su cuello y sus muñecas la otra mitad de la madera del potro dejándola completamente inmovilizada, con una cuerda como las del día anterior estaba atando sus piernas pero entonces se detuvo y se las separó lo suficiente para dejar su sexo expuesto. Esta vez no fue un látigo lo que Ían cogió sino una vara de madera realmente larga y no estaba acompañado de uno sino de otros dos soldados más quienes se situaron tras ella con las mismas varas de madera que había cogido el verdugo y se reían y burlaban a carcajada limpia. Alterando entre los varazos de cada uno pues no la golpeaban al mismo tiempo la fueron castigando por todo el cuerpo hasta llegar a sus nalgas, cada vez se le notaban más las marcas de aquellos varazos por todo su cuerpo pero Beth era fuerte y aguantó tanto los golpes como el deseo de llorar y no dio su brazo a torcer en ningún momento les iba a dar la satisfacción de llorar y mucho menos de suplicar que parasen aquella odiosa tortura.


Durante un buen rato estuvieron castigándola e Ían pudo notar como cada vez se ponían más y más se ponían duros sus hombres y no solo ellos sino que desde aquel beso que le había dado estaba preparado para follársela a su antojo como había hecho la noche anterior, maldita mujer ¿Qué tiene ella que no tengan las demás? No puedo quitármela de la cabeza. Entonces decidió que ya era suficiente lo que estaban haciendo e hizo que sus hombres parasen y dejasen a Beth soltar el aire que él mismo sabía que estaba conteniendo.



- Como veo que con dolor físico no voy a ser capaz de hacerte firmar el documento y comprobando lo mojada que estás creo que te gusta lo que te hacemos he decidido castigarte de una manera psicológica.


Todo ello se lo decía mientras le acariciaba el sexo con su mano, se terminó de bajar el pantalón dejando su dura erección al aire la cual puso en la entrada de su húmeda y mojada vagina. Ella le suplicaba entre llantos y gritos que no lo hiciese pero era totalmente inútil pues eso solo conseguía hacer que se pusiera más duro de lo que ya estaba si eso era posible. Empezó a follársela sin compasión, metiéndole la polla una y otra vez hasta que su cadera golpeaba el fondo del interior de la prisionera, se la metía una y otra vez hasta que se corrió en su interior dejándose caer sobre su espalda y susurrando su nombre en su oreja.



- Vaya... me parece que esto ha sido realmente satisfactorio para ambos ¿no crees Beth? ¿Vas a firmar ahora? Le dijo con evidente sorna pero con una voz un tanto ronca.



- Nunca...maldito...Le decía entre lágrimas.


Sabiendo que la tortura seguiría y así fue la tumbaron en una especie de cama de metal conectando a su cuerpo unos electrodos con pinzas en sus pezones y sus extremidades. Entonces Ían le repitió la pregunta y con otra negativa de la prisionera apareció una inesperada descarga eléctrica que recorrió todo su cuerpo, y luego otra, y otra más hasta que Beth no podía aguantar más y gritó presa del pánico y llena de dolor.



- ¿Quieres que pare amor? Le dijo él en un tono que nunca había oído, podría decirse que era un tono de arrepentimiento.


- Sí, por favor, no puedo aguantar ni un segundo más, firmaré ese dichoso papel. Le decía ella llorando.



- Muy bien dicho pequeña zorra, eso era lo que estaba esperando escuchar de tus hermosos labios.



- Los soldados la soltaron y la llevaron arrodillada frente al verdugo, éste le pasó el documento y una pluma para que lo firmase su prisionera. Ella firmó el papel condenándose a sí misma y entregando todas sus posesiones al depravado verdugo y señor de la villa Dimdley.


- Muy bien pequeña bruja, serás juzgada y condenada para siempre y creo que va siendo el momento de marcarte para que todo el mundo sepa que eres una bruja y más tarde poder ejecutarte.



- No, no me marquéis por favor, me prometisteis que cuando firmase todo habría acabado, yo no soy ninguna bruja todo el mundo lo sabe.


- Teniendo en cuenta que la mayoría de la gente de la villa te odia y mirando tu pelo rojo como el fuego nadie dudaría de mi palabra y acabarías en la hoguera.


- No por favor, haré lo que sea pero no me hagáis más daño os lo ruego.


- ¿Lo que sea? ¿Estarías dispuesta a ser mi esclava sexual todo el tiempo que yo quiera? ¿A obedecer todo lo que te diga sin rechistar? ¿A realizar cualquier acto que yo desee por muy depravado que sea éste?


- Sí, lo que sea pero no me marquéis por favor.


- Está bien entonces, tú lo has querido así pequeña.


- Entonces Ían ordenó que la soltasen y ella se quedó silenciosa en el suelo mirándolo atónita como se sacaba su duro miembro y lo colocaba delante de su cara junto a su boca.


- Vamos brujita, chúpamela si no quieres que te marque y así me demostrarás que realmente vas a hacer lo que yo quiera.


Beth se acercó despacio a él quedándose de rodillas, agarró el sexo de Ían con una mano y se lo llevó a la boca, comenzó a chuparla mientras escuchaba como los soldados se reían de ella, pero no le importaba quien estuviera presente, ahora tan solo pensaba en darle placer a Ían. Él mientras tanto la agarró del pelo y le marcaba el ritmo entre algún que otro jadeo ronco que salía de su garganta y le decía que lo estaba haciendo realmente bien, al rato apretó la cabeza de la prisionera contra su cuerpo hundiendo entonces toda su polla en su boca hasta que tocó el fondo de la garganta haciendo que se corriese en ese mismo instante dentro de ella, llenándole la boca.



- A partir de hoy me llamarás señor y serás sola y exclusivamente mía ¿me oyes Beth? Le dije susurrándole al oído, tapándola con mi gran capa y sentándola en mi regazo como si fuese una niña pequeña a punto de romper a llorar.



- Sí señor, por favor, ¿podría comer algo ahora? Estoy muy hambrienta. Le pregunté al tiempo que lo miraba tiernamente a los ojos, ¿Me estaría enamorando de él?



- Por supuesto que si mi pequeña bruja, muchachos preparar mi habitación, un baño caliente y mucha comida. Le dije al tiempo que la besaba tiernamente en los labios, completamente enamorado de ella sin apenas darme cuenta. No creo que con ella me aburra nunca por fin había encontrado a una mujer acorde con mis deseos y tan testaruda como yo.



No sabía que sería de su vida ahora, si la soltaría para que la ejecutasen o se quedaría con él para siempre o hasta que se cansase de ella. Esa noche en la recámara de él no podía dormir aunque la estaba atendiendo como si se tratase de una muñeca de porcelana, pero no dejaba de darle vueltas a si su destino había mejorado o había empeorado y que camino sería el suyo a partir de entonces. De lo que si estaba segura Beth, era que el verdugo y dueño de la villa Ían estaba despertando en ella los placeres más extraños que nunca ha descubierto y unos sentimientos que no había tenido ni por su marido.










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