Poco
a poco fui bajando la persiana hasta el tope, la poca luz que se filtraba en la
habitación marcaba una luz tenue. Ella estaba tumbada y sentí el
calor de su cuerpo a medida que las distancias se estrechaban, su aliento me
susurró al oído algo que no pude entender bien, a la vez que sus manos rodeaban
mi cuello y me atraía hacia ella.
Nuestros labios se encontraron, nos besamos con suavidad, de una manera pausada, pero la agitación iba aumentando. Cada vez más intenso, nos mordimos y dejamos que nuestras lenguas se encontrasen.
Apreté
su cuerpo contra el mío y sentí su corazón acelerándose, oí sus gemidos y noté
su bello erizarse cuando besé y mordisqueé su cuello. Mis manos se deslizaron
por su cintura, apenas un roce de mis dedos entre sus curvas y fui masajeando
sus pechos. Su aliento en mi cuello, me decía que estaba lista. Bajé mi mano
derecha recorriendo el camino de nuevo hasta su cintura, bajé por la suave piel
de sus muslos y me entretuve un rato, haciéndola esperar, desear. Poco a poco
fui acercándome hacia su sexo, le temblaron las piernas. Estaba húmeda y
cálida. Ella por su parte con un movimiento fugaz cogió mi erección para
apretarla mientras me miraba pidiéndome a gritos que terminara con el juego, y
le hiciera el amor. Pero se mordía el labio inferior y sus ojos me miraban como
si estuviera enfadada todavía. Quería algo más que hacerlo, entonces lo entendí.
Desde arriba la miraba. Desde abajo me miraba. Su lengua y sus labios hicieron
que ardiera como una cerilla en apenas unos minutos, y sin poder contenerme más
la levante y exploré sus piernas y su sexo entre gemidos de aprobación y
satisfacción. Cuando ambos encontramos nuestras miradas, comprendimos que había
llegado el momento de ser salvajes. La penetré poco a poco, ayudado por los
fluidos luego fui sacando poco a poco la punta hasta dejarla casi fuera, lo
hice varias veces hacia atrás de la misma manera, mientras las manos de ella
marcaban el ritmo agarradas a mi cintura.
A
medida que nos agitábamos más y más, nos fundimos en uno. Los gritos de placer,
los golpes de su cuerpo contra el mío, las palabras obscenas y la brutal
respiración se convirtió en una sinfonía de música. Hasta que llegamos al
clímax al mismo tiempo. Estuvimos abrazados compartiendo el inmenso abismo del
placer.
Me susurró:
<<Qué bonito despertar>>
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