Desde la primera vez que
vine a este gimnasio y lo vi supe que ese hombre tenía que ser solamente mío. Terminó de hacer
ejercicio dos horas después y como siempre pasó por mi lado y me saludó con una
sonrisa perfecta, se dirigió hacia los vestuarios y un impulso repentino hizo
que lo siguiese aquel día. Entré al vestuario masculino pues sabía que a estas
horas de la noche no habría nadie en el gimnasio salvo él, el dueño y yo. Se
desnudó poco a poco y entró en la ducha no pude más y mis piernas me llevaron a
encontrarme con él. Entré, me desnudé y me acerqué a él muy lentamente,
entonces mis brazos lo rodearon desde atrás por la cintura. Él para mi asombro
no se inmutó y siguió enjabonándose, de repente quería irme de allí pues me
sentía como una completa estúpida, pero de pronto él se giró y me agarró los
pechos con sus manos y al tiempo que los frotaba muy dulcemente me retorcía los
pezones ya erectos. Me dejé llevar por el placer que sus manos me
proporcionaban. Quería más, y yo lo sabía pues había bajado una de sus manos
hasta mi sexo, pero me adelanté a su movimiento y me agaché frente a él, estaba
totalmente erecto y su sexo se alzaba sobre mis ojos de una manera desorbitada,
entonces no vacilé ni un solo instante y me metí todo su sexo en la boca disfrutando
cada centímetro que la conformaba, era grande y cada vez se iba poniendo
más dura conforme la sacaba y volvía a introducir en mi boca, ahora podía notar
que su placer ascendía al igual que el mío propio.
Me
levantó y sonriéndome de esa manera tan sexy que solo sabe hacer él se inclinó
hacia mí, puso su boca en mi sexo y comenzó a hacer movimientos
circulares mientras metía y sacaba su lengua de mi interior. Cada vez lo
hacía más rápido y yo no podía hacer otra cosa que retorcerme de placer y
ahogar gemidos, al escapárseme uno él me cogió en brazos, acomodando su
sexo ya erguido hacia mi interior y me penetró de una sola vez,
sin dudarlo, yo le respondí lanzando un grito lleno de placer. Comenzó con el vaivén de sus caderas,
a lo cual yo le respondía moviéndome al mismo ritmo que él, rápido y duro
mientras me estaba volviendo loca de placer. A cada dura y fuerte
embestida yo le arañaba la espalda en un intento desesperado de que aquello no
acabase nunca, notaba como el clímax estaba cerca. A punto de corrernos
los dos al mismo tiempo, de repente oímos voces y puñetazos en la puerta. Vaya,
al final nos habían descubierto.