- ¿Quieres confesarte hija mía?
- Si padre, si puede confesarme ahora
mejor. Contesté aunque me parece un poco ridículo llamarle eso a la persona con
la que compartí mi primera vez.
Le dejé entrar en el confesionario
antes de levantarme del banco. No me daba vergüenza llevar un vestido de seda
largo y negro con un pequeño escote lo llevaba tan ceñido que parecía una
segunda piel y unos tacones de infarto. Así que cuando Saúl abrió la ventanita
del confesionario pudo distinguir como la luz del sol de la mañana atravesaba
la iglesia y me envolvía resaltando mi esbelta figura. Me demoré unos segundos
antes de arrodillarme para darle tiempo a reponerse pues se había quedado
embobado mirándome de arriba abajo y comencé.
-Ave María purísima.
-Sin pecado concebida.
-Perdóneme padre porque he pecado.
-¿Cuánto tiempo hace que no te
confiesas hija mía? Me preguntó Saúl con voz algo ronca.
-Siete días padre. Ayúdeme estoy
desesperada. Dije conteniendo la risa.
-Para eso estoy, para ayudarte a
reconocer tus faltas, para ayudarte a arrepentirte de ellas y para absor...
absolverte de tus pecados hija mía. Adelante, cuéntame tus pecados, no temas.
-Vera padre, el caso es que anoche estuve con un
hombre. Él estaba en su casa, cuidando de su sobrino y al dormirse este
me llamó. Y fui a hacerle un poco de compañía.
-Continúa hija mía. –Dijo Saúl mirándome a los ojos.
-Bueno, el caso es que estábamos
jugando a las cartas y luego nos pusimos a ver la televisión ya sabe. El caso
es que me ganó varias veces seguidas, me enfadé y… No me dejó continuar.
-¡Ay hija mía! No me digas más. No debes dejarte
llevar por la ira, seguro que tu amigo Marco es un buen chico y no te guarda
rencor. Dijo Saúl algo
aliviado y noté como le aparecía ese tic nervioso en el ojo cuando le pasaba
algo que no le gustaba.
-No, es que ahí no termina la cosa
padre ¡Ay señor! Como usted dice me inundó la ira, tiré las cartas al suelo y
como una fiera me abalancé sobre él, me puse ahorcajadas y antes de que pudiera
hacer nada el me agarró las muñecas y noté como debajo de mí algo crecía en él
y presionaba contra mis braguitas. Enseguida el chico se puso rojo y balbuceó
una disculpa pero yo no le dejé padre.
-¿Ah sí? Y ¿Qué hiciste? ¿Le dejaste continuar
María? Me preguntó por mi nombre y eso que hacía meses que no me llamaba así,
desde que se convirtió en cura. Estaba celoso lo sabía porque lo conocía muy
bien.
- Por supuesto que sí Padre, apoyé los pies
firmemente en el suelo para que no pudiera apartarme fácilmente y entonc…
- Vas a saber lo que es un hombre de
verdad María y no ese chico con el que te acostaste te recuerdo que tu hombre
soy yo. Dijo muy serio abriendo la puerta del confesionario y metiéndome al
interior con él. Me sentó a horcajadas sobre él y pude notar su creciente
erección, entonces me besó.
Puso los brazos para ceñir mi talle y
la vez que me apretaba contra él, introducía su lengua en mi boca y la recorría
inundándola con un sabor fresco, dulce y varonil. El beso fue tan largo e
intenso que nos separamos sorprendidos entre jadeos. Y lo que hasta ese momento
era un desliz se convirtió en un desastre. Un calor, el calor del infierno
subió desde mi bajo vientre y se expandió por mi cuerpo como una corriente
eléctrica que erizó el vello de mi cuerpo, mis pezones se pusieron duros.
Cuando me di cuenta, estaba balanceando lentamente mi cuerpo sobre el suyo.
Oleadas de placer me envolvían cada vez que mis pequeñas bragas se deslizaban a
lo largo de su pene duro y erecto. Notaba como la humedad proveniente de mi
interior empapaba mis bragas y como mi clítoris ahora aumentado de
tamaño e hipersensible tropezaba con cada arruga de su pijama de una forma
exquisitamente dolorosa. Esta vez fui yo la que introdujo la lengua en su boca,
recorrí sus dientes, su paladar, saboreé su saliva a la vez que aumentaba el
ritmo de mis caderas. El interior de mis muslos estaba caliente y pegajoso por
la mezcla del sudor y los jugos de mi sexo. Un poco avergonzada intenté cerrar
los muslos, pero Saúl, antes de que bajara el vestido, separó con
delicadeza mis piernas de nuevo y rozando con sus labios mis arreboladas
mejillas se bajó los pantalones de debajo del hábito. Los ceñidos boxers no
dejaban nada a la imaginación y la punta del glande había superado su dominio
asomando su tímida cabecita por el extremo superior. A las manos le seguían los
labios y la lengua de Saúl a lo largo de la cara interior de mis muslos. Yo,
cada vez más excitada, movía mis caderas intentando
atraerle a mi sexo caliente y deseoso de sus olvidadas caricias. Cerré los ojos
intentando anticipar la sensación de su aliento atravesando el encaje de mis
bragas pero lo que sentí fue un bestial sobresalto cuando envolvió
violentamente mi sexo con su boca. Me doblé de placer en torno a su cabeza
soltando un ronco suspiro. Con mis manos empujé su cabeza intentando percibir
aún más intensamente su lengua acariciándome todas mis protuberancias y
recovecos. Desesperada por sentirle directamente fui yo la que a tirones me
arranque las bonitas braguitas azules dejando expuesto a su vista todo el
esplendor de mi sexo. Con la precisión y delicadeza de siempre exploró mi vulva
con los dedos y la lengua separando entre mis gemidos de placer los labios para
acceder a mi clítoris, chuparlo, mordisquearlo, lamerlo…Cuando me di
cuenta sólo tocaba el confesionario con la cabeza y con una de mis manos, con
la otra apretaba la cabeza de Saúl contra muy cuerpo arqueado por el placer
mientras el penetraba en mi vagina con la lengua. En ese momento llegó el orgasmo.
Como una descarga que salió de lo más profundo de mi vientre, recorrió mi
columna y acabó produciendo una descarga de placer en todo mi cuerpo, a la vez
que las paredes de mi vagina se contraían envolviéndome en
nuevas oleadas de placer, expulsando fluidos que resbalaban por el interior de
mis muslos hasta que Saúl los recogía golosamente con su lengua.
Me arrodillé ante él, tiré del hábito y le cogí su
pene con delicadeza, tanteando, recorriendo su longitud, calibrando su grosor,
observándolo con detenimiento, comprobando su dureza y su movilidad. Estaba
caliente y duro. Me acerqué un poco más. Con mis labios rocé ligeramente la
punta del glande produciendo un gemido de placer, pero no me pare ahí, sino que
deposite mis besos en su vientre duro y plano mientras mis pechos se
bamboleaban golpeando con suavidad el pene. Le mordí los pezones sin
piedad y le arañé el torso justo cuando yo volvía a experimentar un nuevo
orgasmo, no tan intenso pero más prolongado. Con mis dos manos al fin libres
cogí el pene por su base y lo introduje entre mis pechos. La suavidad de mis
pechos acariciando su pene nos puso frenéticos a ambos y sin pensármelo dos
veces introduje su pene en mi boca… Estaba duro y caliente, no tenía un
sabor especialmente agradable pero tenía un tacto exquisito. Saúl puso todo su
cuerpo en tensión y me acarició el pelo con ternura a la vez que me susurraba
palabras de amor. Empecé a chuparle el pene primero con torpeza y curiosidad
pero soy una chica lista y pronto averigüe lo que le gustaba gracias a sus
gemidos. Recorría el glande con la lengua mientras acariciaba sus testículos
con delicadeza, metía su verga tan profundo como podía, casi hasta atragantarme
y dejaba que el empujara todo tiempo posible para luego estrujar con mis manos
la base del pene mientras chupaba con todas mis fuerzas su glande. De pronto me
penetró sin previo aviso soltando maldiciones que callé con mis labios, primero
me penetraba demasiado lento pero poco a poco sus embestidas fueron más y más
fuertes, y entre nuestras respiraciones entrecortadas y las arremetidas los dos
llegamos al clímax al mismo tiempo.
Terminamos y lo miré a los ojos y lo que descubrí
fue algo que creía ya olvidado, amor, amor verdadero. Y ahora vivimos muy
felizmente en una casa en Málaga con nuestros dos maravillosos hijos, claro
está Saúl desde ese mismo instante dejó el sacerdocio.