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Holidays.

Sé que soy una chica madura, avispada, mordaz y más experta de lo que mi  aspecto sugiere pues aunque tenga veintiséis años parezco una cría de dieciséis. Con frecuencia mi sonrisa inocente me ha permitido manipular a unos cuantos hombres a lo largo de mi vida, en ocasiones mucho mayores que yo. Rara vez bajo la guardia, revelando cuáles son mis verdaderos sentimientos y suelo mantener constantemente oculto mi lado más tierno y necesitado de afecto.


Sin embargo, últimamente, tras una relación desastrosa, había reflexionado mucho sobre mi estilo de vida y mi conducta. No sé por qué narices tuve que empezar una relación con uno de los jefazos, y no uno cualquiera, era el hijo del señor Fernández, una de las mayores empresas de la ciudad y una de la competencia más dura. El chico, Ismael, era el típico “tío bueno” era alto, aunque no mucho quizá 1,77 cm, de complexión atlética puesto que aparte de sus cinco horas de gimnasio diarias también estaba apuntado a natación, por ello sus fuertes espaldas. Tenía una sonrisa bastante bonita, no de esas de película, una sonrisa bonita de verdad, sincera, o eso me parecía al principio. Era moreno y de tez clara, con unos ojos azules preciosos. Vamos, sumado a su fortuna tenía bastante sex-appel.  Nos conocimos en una reunión, mientras yo tomaba notas como de costumbre, sabía que me miraba, intercambiamos números de teléfonos, unas cenas, unas risas y unas cuantas cervezas después ocurrió. Tras habernos acostado durante un tiempo, luego se había desentendido, y había interrumpido la relación (bueno relación, lo que tuviésemos juntos, que ni más ni menos eran unos siete meses) sin ningún tipo de explicación me dijo que no quería volver a verme, pues ya le había aburrido. Más tarde, me enteré de que la empresa de la competencia, había publicado un proyecto y habían ganado bastante dinero, pues resulta, que ese proyecto era el mío. Debió de habérmelo quitado una de las veces que habíamos estado en mi casa, fui a su oficina a partirle la cara y demandarlo, cuando me quedé quieta de repente, antes de entrar, veía por el espejo del despacho, que estaba tonteando con una rubia pija de estas tontas, pero tontas y no porque sean rubias, no todas están en el mismo saco, por lo que di media vuelta y me marché, no valía la pena decirle nada. Tras ello había decidido tomarme unas vacaciones, me iría a la casa del lago que tenía su prima, casi nunca iba allí desde que se había casado. Por lo que al pedirle las llaves no opuso ninguna queja, allí al menos estaría sola y podía pensar en cómo reorganizar su vida.



Ismael se colocó las gafas de sol y lanzó una mirada al horizonte, divisando un todo terreno plateado, genial, ahora resulta que había venido su vecina con toda la familia, el marido y los tres chiquillos, por qué habré decidido venir, dios mío, no tendré tranquilidad... Me ajusté la mochila al hombro, saqué mi brújula y continué mi caminata.




Bueno, por fin había llegado, se ve que había nacido con una mano negra, como solía decir mi abuela, rueda pinchada, sin gasolina, había perdido la cartera al salir de la tienda de comestibles…Vamos cosas típicas que te suceden en un día de mierda, sólo había faltado que me cayese un meteorito vaya. Por suerte había llegado a la casa y podía estar tranquila para pensar. Al dejar las cosas en la cocina, deshacer la maleta y limpiar un poco la casa, decidí irme al lago a darme un baño, pues en pleno mes de agosto hacía bastante calor, y teniéndolo en frente pues oye, ¿por qué no aprovecharlo? Al llegar al lago, me acordé de todos los momentos que había pasado allí con la familia, las risas, las tonterías, las comidas y cenas familiares, todo ello se acabó cuando murió la abuela y cuando Cintia, mi prima, decidió casarse y dejar de venir a las reuniones familiares. En fin, supongo que todo eso sucede porque el tiempo cambia, y las personas deciden continuar otros caminos. Ella estaba ahora muy feliz viviendo en Nueva York, así que no había problema y nadie podía discutirle nada, solo venía con los niños para navidad, sino, ni si quiera se dignaba a llamar, aunque yo no tenía queja, nosotras siempre nos habíamos llevado como hermanas y prácticamente ella me había criado. En fin, dejando de lado todo lo anterior, estaba tranquilamente dándome un baño cuando de repente oí una voz de hombre acercándose. 



-Lo que te iba diciendo Diego, han venido la dichosa de mi vecina, sisi la misma, la que tiene tres críos odiosos y un marido americano gritón. Pues vi el coche cuando me iba de senderismo ya sabes, y ahora estoy camino del lago para darme un chapuzón antes de que anochez…


-¿Ismael? ¡¿Qué demonios haces tú aquí?! –Grité desde el agua pálida como la cal.


-¿¿Carla?? Pero ¿Qué diantres? 


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