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Esposada.

Estar en su cama siempre era una sensación bastante agradable después de un duro día de trabajo, pues ser el sheriff de la ciudad no era tan bonito como lo pintaba la gente ni tan heroico como lo ponen en las viejas películas del oeste. Y meterme en su cama sin hacer un solo ruido siempre me producía placer, pues me gustaba asustarla.


Sabía que a estas horas de la noche estaría dándose un baño y preparándose para mí pues le había dicho que esta noche le haría algo distinto y especial, mi sexo me pedía a gritos que entrase en el baño, la sacase de la bañera y me la follase sin compasión en el suelo, pero hoy no, hoy era un día especial pues era nuestro aniversario, llevábamos saliendo cerca de dos años y era la noche en la que le pediría matrimonio de una vez por todas. Antes de cada encuentro ella siempre tenía que estar pendiente y expectante de mis órdenes y joder, como me la ponía de dura acordarme de que siempre hacía toda y cada una de las cosas que le decía sin poner ninguna objeción, aunque alguna que otra  vez si lo ha hecho pero siempre hemos llegado a un acuerdo. Hoy era la noche, hoy la esposaría a su cama con mis esposas como siempre ha querido ella, ya se que no es muy reglamentario usarlas para este tipo de cosas pero un día era un día.


Me metí en la cama sigilosamente para que no se diese cuenta de que había entrado por la ventana más tarde le diría que tendría que ser más cuidadosa con aquellas cosas, que era muy despistada. Mientras pensaba en todas las cosas que iba a hacerle esta noche y en como iba a pedirle matrimonio, noté como la cama se hundía de nuevo bajo su peso e introducía bajo las sábanas sus manos, las cuales automáticamente viajaron a mi erección apretándola fuerte mientras subía y bajaba, empecé a jadear silenciosamente para que no viese lo mucho que me excitaba las cosas que hacía.


Comencé a trabajarlo más profundo con cada succión, hasta que pude sentirlo golpear la parte trasera de mi garganta. Me obligué a respirar y seguir con un ritmo constante y más profundo. Mi reflejo nauseoso pateó, pero continué mis empujes. Lo sentí tenso, y sabía que él quería decir que no, que no tenía que hacerlo. Pero no estábamos jugando, y él lo sabía.


Sin darle a penas tiempo para saludarme me dí la vuelta quité las sábanas y la esposé en un abrir y cerrar de ojos al cabecero de la cama, vi como sus ojos resplandecían de pasión y no pude evitar besarla antes de vendarle los ojos. Podía notar como sus pezones se ponían duros y me rozaban el pecho pues me había desnudado antes de meterme en la cama y sin perder un sólo instante la penetré de una sola embestida y me introduje al fondo de su húmeda vagina, pues sabía que ella estaba lo suficientemente mojada para acogerme, sabía que le encantaba el ruido que hacía mi pene cada vez que tocaba el fondo de su vagina cada vez que salía y me volvía a introducir en sus húmedos labios y la forma en la que aumentaba el ritmo de mis embestidas cada vez más y más fuertes lo notaba por el aumento de sus uñas clavadas en mi piel y por los gemidos que soltaba con la respiración entrecortada que era como música para mis oídos. Le di la vuelta pues en esta posición estaría todavía más indefensa y me gustaba y excitaba tenerla así, bajo mi control total, me gustaba tenerla así, porque ver su cuerpo desde esa posición y ver como mi polla aparecía y desaparecía en el interior de su cuerpo me ponían demasiado duro. No pude evitar agarrar su culo de una manera quizás algo ruda pero sabía que eso no le importaría, y aumentar el ritmo de las acometidas. Ella en respuesta apretaba mi polla con la fuerza de sus paredes vaginales las cuales no hacían nada más que apretarme cada vez más. Continué empujando en ella, su cuerpo meciéndose contra el mío. Era una reacción a la restricción que había mostrado, ahora siendo capaz de dar rienda suelta a todo el autocontrol que había mantenido hasta este momento. Una de mis manos viajó hacia sus pechos tirando de los pezones y haciendo que se le escapase algún que otro sonido de dolor que pronto daba paso al placer, en la manera que se transformaban en gemidos. Mientras que con la otra mano le acariciaba de manera constante el clítoris, estaba cerca, podía notarlo. Ella de manera casi involuntaria abría más las piernas para dar mejor cabida a mis embestidas, mientras la apretaba contra mí más fuerte para poder introducirme en su vagina hasta el fondo, pues sabía que eso la enloquecía. Solo gruñó en respuesta. Seguí golpeando en ella.  Estaba golpeando el ángulo correcto, y pude sentirme más cerca al igual que ella. Empezó a venirse, temblando y gimiendo. Pero yo estaba demasiado cerca. Apreté las caderas, y me introduje en su interior con más fuerza y de unas cuantas embestidas más, provoqué su segundo orgasmo y el mío propio. 













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