-No te preocupes, mi propuesta no nos llevará mucho tiempo.
- ¿Tengo que escucharla?
- Lo harás.
- ¿Lo haré? ¿Cómo estás tan seguro de ello?
Una punzada de deseo fue directo a su entrepierna, su sexo palpitaba demandando atención.
- Sí. Porque siempre consigo lo que quiero.
- Nunca te han dicho que no, ¿no es así?
Él se inclinó sobre ella y resbaló la mano por su costado, sin llegar a tocarla, hasta tenerla enjaulada.
- Alguna vez que otra.
- ¿Y qué has hecho en esos casos?
- Insistir.
- Puedo ir adelantándote que mi respuesta es no.
Él esbozó una enigmática y satisfecha mueca masculina.
- ¿No tendrías que esperar a escuchar primero mi propuesta?
Sus ojos color miel se entrecerraron ligeramente.
- ¿Crees que debería hacerlo? Él asintió.
- Está bien, convénceme. Dije mirándolo fijamente.
- ¿Estás segura de ello? Has sido tú quien lo ha dicho no yo. Me devolvió la mirada ahora sí era de deseo.
Cada una de sus curvas quedaba realzada por el entallado vestido de manga corta que acentuaba sus caderas con un generoso escote, que no pudo por menos que admirar. La tela se ceñía a sus pechos de un modo que empezaba a envidiar. Su mente dio rienda suelta a las fantasías. Los botones cedieron uno tras otro bajo sus manos, hasta que el vestido se abrió a ambos lados para mostrar el delicioso cuerpo que ocultaba. Sus pechos se alzaban llenos, los pezones oscurecidos y prietos, empujando contra un delicado sujetador de encaje blanco. Probó sus pezones y se los llevó a la boca, lamiéndolos a través de la tela y, finalmente, cuando estaban sensibles y duros, apartó la prenda a un lado para succionarlos con avidez. Pero no podía prestar menos atención al delicado triángulo de tela que ocultaba su sexo, un pedacito de encaje a juego con las medias negras. Estaba excitada, podía notarlo y aquello lo excitaba también a él. Introdujo los dedos en el elástico que rodeaba su cadera y tiró hacia abajo para despojarla de las braguitas; quería comprobar lo mojada que estaba, lo caliente y apretada que se había puesto. Iba a probarla, a lamer sus pliegues, a separarlos y succionarla. Una punzada en la ingle lo devolvió al presente y a la mujer que tenía bajo la cama. La deseaba, eso era indudable. Quería poseerla allí mismo.
Gemí cuando sus dedos cambiaron una vez más de dirección y, rápidos como el relámpago, se deslizaron sobre su sexo. Un roce tan superficial que no estaba segura de si me había tocado o solo eran mis ganas de que lo hiciese. Él retiró el dedo de mi interior, dejándome vacía. Sus ojos habían adquirido un color negro mucho más oscuro, si era posible, el deseo y la lujuria brillaban en ellos cuando se encontraron por un momento con los míos. Una ladeada sonrisa curvó sus labios antes de que rompiese el breve contacto de nuestras miradas y perdiese el calor del duro cuerpo que había cubierto parcialmente el mío. Di un respingo en el momento en que la voraz lengua se deslizó por los pliegues inferiores de mi sexo y sus manos se cerraron a ambos lados de mis muslos, su boca me succionaba y me lamía, lo que me provocó una nueva oleada de excitación. Sus dedos se unieron al juego un instante antes de que su boca volviese a la partida. Me succionó con suavidad, calmando cada pequeño tirón de sus labios con una pasada de su lengua, mientras me penetrarla con dos dedos y el pulgar contra mi clítoris. Sus dedos aumentaron entonces el ritmo de sus acometidas mientras su boca se cerró una vez más alrededor de mi clítoris y ejerció entonces la suficiente presión para desencadenar un explosivo orgasmo. Sus ojos negros me recorrieron entera para terminar posándose en mi boca. Mientras me besaba, su lengua se unió con la mía.
- Voy a follarte, cariño.
La acaricié brevemente con los dedos, notando todavía su sexo empapado, y me dirigí a su entrada, penetrándola con determinación hasta encajar por completo en su interior. La sensación de estar profundamente enterrado en ella era deliciosa, se ceñía como una pieza a un puzzle.
- Enlaza tu pierna a mi alrededor nena.
La penetré profundamente, hundiéndome en su sexo con la misma hambre con la que le devoraba la boca. Sus gemidos resonaban la habitación. Dentro y fuera, dentro y fuera… Bombeaba en ella con una necesidad quizá demasiado fuerte, demasiado ruda pero sus gemidos me indicaban que no le importaba. Ella se contraía alrededor de mi pene, exprimiéndolo, arrancando sonidos de su propia garganta. Deslicé entonces una mano entre nuestros cuerpos, allí dónde nos unían, y empecé a acariciarle el clítoris, notando como ambos llegábamos al límite. Sus paredes vaginales se apretaron alrededor de mi erección, aumentando la fricción y llevándonos a ambos a un clímax increíble.
- Bueno nena, ¿ahora aceptarás mi oferta? Me dijo posicionándome entre su cuerpo, acurrucándome en su hombro.
- Creo que necesito que me sigas convenciendo. Le respondí con un beso.
- ¿Tengo que escucharla?
- Lo harás.
- ¿Lo haré? ¿Cómo estás tan seguro de ello?
Una punzada de deseo fue directo a su entrepierna, su sexo palpitaba demandando atención.
- Sí. Porque siempre consigo lo que quiero.
- Nunca te han dicho que no, ¿no es así?
Él se inclinó sobre ella y resbaló la mano por su costado, sin llegar a tocarla, hasta tenerla enjaulada.
- Alguna vez que otra.
- ¿Y qué has hecho en esos casos?
- Insistir.
- Puedo ir adelantándote que mi respuesta es no.
Él esbozó una enigmática y satisfecha mueca masculina.
- ¿No tendrías que esperar a escuchar primero mi propuesta?
Sus ojos color miel se entrecerraron ligeramente.
- ¿Crees que debería hacerlo? Él asintió.
- Está bien, convénceme. Dije mirándolo fijamente.
- ¿Estás segura de ello? Has sido tú quien lo ha dicho no yo. Me devolvió la mirada ahora sí era de deseo.
Cada una de sus curvas quedaba realzada por el entallado vestido de manga corta que acentuaba sus caderas con un generoso escote, que no pudo por menos que admirar. La tela se ceñía a sus pechos de un modo que empezaba a envidiar. Su mente dio rienda suelta a las fantasías. Los botones cedieron uno tras otro bajo sus manos, hasta que el vestido se abrió a ambos lados para mostrar el delicioso cuerpo que ocultaba. Sus pechos se alzaban llenos, los pezones oscurecidos y prietos, empujando contra un delicado sujetador de encaje blanco. Probó sus pezones y se los llevó a la boca, lamiéndolos a través de la tela y, finalmente, cuando estaban sensibles y duros, apartó la prenda a un lado para succionarlos con avidez. Pero no podía prestar menos atención al delicado triángulo de tela que ocultaba su sexo, un pedacito de encaje a juego con las medias negras. Estaba excitada, podía notarlo y aquello lo excitaba también a él. Introdujo los dedos en el elástico que rodeaba su cadera y tiró hacia abajo para despojarla de las braguitas; quería comprobar lo mojada que estaba, lo caliente y apretada que se había puesto. Iba a probarla, a lamer sus pliegues, a separarlos y succionarla. Una punzada en la ingle lo devolvió al presente y a la mujer que tenía bajo la cama. La deseaba, eso era indudable. Quería poseerla allí mismo.
Gemí cuando sus dedos cambiaron una vez más de dirección y, rápidos como el relámpago, se deslizaron sobre su sexo. Un roce tan superficial que no estaba segura de si me había tocado o solo eran mis ganas de que lo hiciese. Él retiró el dedo de mi interior, dejándome vacía. Sus ojos habían adquirido un color negro mucho más oscuro, si era posible, el deseo y la lujuria brillaban en ellos cuando se encontraron por un momento con los míos. Una ladeada sonrisa curvó sus labios antes de que rompiese el breve contacto de nuestras miradas y perdiese el calor del duro cuerpo que había cubierto parcialmente el mío. Di un respingo en el momento en que la voraz lengua se deslizó por los pliegues inferiores de mi sexo y sus manos se cerraron a ambos lados de mis muslos, su boca me succionaba y me lamía, lo que me provocó una nueva oleada de excitación. Sus dedos se unieron al juego un instante antes de que su boca volviese a la partida. Me succionó con suavidad, calmando cada pequeño tirón de sus labios con una pasada de su lengua, mientras me penetrarla con dos dedos y el pulgar contra mi clítoris. Sus dedos aumentaron entonces el ritmo de sus acometidas mientras su boca se cerró una vez más alrededor de mi clítoris y ejerció entonces la suficiente presión para desencadenar un explosivo orgasmo. Sus ojos negros me recorrieron entera para terminar posándose en mi boca. Mientras me besaba, su lengua se unió con la mía.
- Voy a follarte, cariño.
La acaricié brevemente con los dedos, notando todavía su sexo empapado, y me dirigí a su entrada, penetrándola con determinación hasta encajar por completo en su interior. La sensación de estar profundamente enterrado en ella era deliciosa, se ceñía como una pieza a un puzzle.
- Enlaza tu pierna a mi alrededor nena.
La penetré profundamente, hundiéndome en su sexo con la misma hambre con la que le devoraba la boca. Sus gemidos resonaban la habitación. Dentro y fuera, dentro y fuera… Bombeaba en ella con una necesidad quizá demasiado fuerte, demasiado ruda pero sus gemidos me indicaban que no le importaba. Ella se contraía alrededor de mi pene, exprimiéndolo, arrancando sonidos de su propia garganta. Deslicé entonces una mano entre nuestros cuerpos, allí dónde nos unían, y empecé a acariciarle el clítoris, notando como ambos llegábamos al límite. Sus paredes vaginales se apretaron alrededor de mi erección, aumentando la fricción y llevándonos a ambos a un clímax increíble.
- Bueno nena, ¿ahora aceptarás mi oferta? Me dijo posicionándome entre su cuerpo, acurrucándome en su hombro.
- Creo que necesito que me sigas convenciendo. Le respondí con un beso.