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Farah.

La echo de menos, joder. Se tardaba unas seis horas aproximadamente en llegar hasta PentHill, tres horas ida y otras tres horas de vuelta. Había hecho la cuenta al menos un millón de veces mientras estaba tumbado sobre la cama observando el techo. Había una fina línea que separaba el amor dela obsesión y temí estar bastante cerca de cruzarla, pues estuvimos juntos ésta mañana ¿por última vez?, me negaba a ello rotundamente. Cada cosa que miraba me recordaba a Farah. La cocina, dónde preparaba todas las mañanas ese delicioso café que tanto me gusta, el jardín, dónde nos sentábamos a tomar el sol, nadar o simplemente donde me dedicaba a contemplar una a una todas sus curvas. Pero lo que más me recordaba a ella era la cama, donde hemos pasado los mejores momentos que he tenido en mis treinta y cinco años de existencia. ¿Lo peor? La expresión de su rostro cuándo me dijo que me amaba y yo simplemente le dije “de acuerdo Farah ¿estás segura?” ¿Cómo coño se me ocurrió decirle aquella gilipollez? Por culpa de aquello vi como lloraba a lágrima tendida, sin embargo, más allá de esperar una riña, subió al dormitorio, recogió todas sus cosas y se marchó diciendo que no quería volver a verme en su vida. Cuándo comprendí que realmente se había ido, se me cayó el mundo al suelo, llorando como un niño cuando pierde su equipo de fútbol favorito, me di cuenta de que realmente amaba a aquella pequeña pero gran mujer y la quería como nunca antes había querido a otra. Quizá es cierto eso de que se puede sobrevivir sin alguien a tu lado, que la felicidad depende de uno mismo, pero demonios estaba más que seguro de que no quería hacerlo. A la mierda todo, necesitaba verla, pedirle perdón y decirle que vuelva conmigo.


Conduje varias horas hasta que el GPS me indicó que había llegado a mi destino, cuanta razón tenia aquel aparato. Estuve parado frente a la puerta más de cinco minutos pensando si debería llamar y que iba a decirle para que volviese. Me decidí con todo pensado y planificado en mi cabeza cuando fue ella quien abrió la puerta,  se quedó un poco asombrada al principio pero su expresión facial cambió rápidamente dando paso a esa dulce sonrisa de la que me enamoré perdidamente. Sin darme tiempo a explicarme, o simplemente para saludarla, Farah se puso de puntillas y tocó sus labios con los míos al princpio asustada pero poco a poco fue cogiendo confianza cuando la agarré por la cintura rodeándola y atrayéndola hacia mí. Este beso era totalmente opuesto a todos los que nos hayamos podido dar, lejos de la pasión y lujuria, este era dulce, tierno y delicado.


Abrí los ojos y la vi mirándome fijamente con una expresión en el rostro que no le había visto nunca antes y con aquella sonrisa que hechizaría hasta el mismísimo rey Arturo, quién dejaría a Ginebra sin dudarlo. Lo de que los ojos son el espejo del alma es cierto al cien por cien.


- ¿En qué piensas Farah? -le pregunté devolviéndole la sonrisa.


Ella sonrió, me volvió a mirar y movió la cabeza.


- En cosas Heineken Kamal, en cosas muy pero que muy oscuras... Vamos, pasa anda que te enseñe la casa. -dijo cogiéndome de la mano haciéndome entrar.


- Y bien, ¿qué te parece? ¿Te gusta? - me preguntó sin dudar.


- Sí, pero Farah es demasiado tradicional, ¿no crees? Además, ¿esta casa es tuya? -decía mientras me tapaba la cara con las manos para bloquear el reflejo del sol con el gran ventanal que estaba a la izquierda del salón, daba a un espacioso jardín con una piscina.


- Por amor de dios...Kamal,  ¡es jodidamente impresionante! No solo por la chimenea, el jardín con piscina o los grandes espacios, sino por la calidez del entorno, las amables personas de la zona, los colores de las paredes…. Sí, la compré hace apenas dos años y desde entonces he estado reformándola poco a poco con ayuda de mis hermanos. ¿Ha quedado perfecta, no te parece?


La casa donde estaba, no se parecía en nada a la que vivía yo. Era de un estilo más bien rústico y muy tradicional, no moderna, estilosa, nueva y funcional como la mía: La entrada tenía forma de arco de herradura, los suelos eran de parqué oscuro, bastante bonitos por cierto, las ventanas eran de cristales casi abovedados, pero realmente entraba mucha luz natural, los espacios abiertos eran perfectos para aquella casa y combinaban a la perfección con los colores de las paredes, eran bastante llamativos y con muchos motivos florales preciosos. Vaya, pues me estaba gustando aquella casa… Tuve que parar de dialogar con mi yo interno cuando noté sus manos acariciándome el torso.

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