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Dag & Helga.

-¿Has cenado esta noche mujer? -Le preguntó él.


-¿Cenado? ¿Cómo voy a cenar con lo que ha acontecido aquí?- Le dijo Helga sin mirarlo si quiera.


-Bien, como quieras mujer, pero no quiero que adelgaces. A mí nunca me han gustado las mujeres delgaduchas.


-¿De veras? ¿Y cómo os gustan las mujeres, exactamente, oh señor?


-Con curvas. Con el pecho y las caderas proporcionadas, una cintura delgada y algo salvajes. Como tú, de hecho. -Dijo Dag, y la recorrió con la mirada.


-¿Se supone que debo sentirme halagada?


-No lo he dicho para halagarte, sino para responder a tu pregunta. Por supuesto, uno no puede evaluar por completo a una mujer hasta que esté desnuda.


-Claro, cómo no ibais a pensar eso, vos el “Gran Dag”.- Le dijo Helga con odio.


-Estoy seguro de que la mayoría de los hombres estarían de acuerdo conmigo. –Le respondió él acercándose.


-Puede ser cierto eso señor. Pero mi experiencia con los hombres es limitada ya lo sabéis.


-Y lo que has experimentado no te ha impresionado, ¿verdad? De ahí tu reputación de viuda negra. -Le preguntó él, suavemente.


Helga apartó la mirada. No quería tocar aquel tema, a él no le importaba lo más mínimo que perdió a su amor en una batalla, luchando por la libertad de su pueblo que tanto les había costado conseguir, cuando a él se le ocurrió huir hacia ningún lugar y presentarse apenas unos meses atrás sin decir una sola palabra a nadie, con un montón de guerreros del norte bajo su mando.


-Se está haciendo tarde, y estoy cansada ¿voy a dormir aquí atada en la pared o me vas a permitir dormir en mi cama?


-Ah, eso sí que puedo decírtelo Helga. Dormirás en tu lecho sí, pero conmigo. No pienso permitir que otro hombre que no sea yo te toque.


-Ah, de acuerdo. Prefiero que me deis muerte como al resto de mi gente. ¿Qué más queréis de mí? ¿No os basta con haber acabado con la “Guerrera del Bosque”, con haber matado a toda mi gente?


-Vas a dormir conmigo te guste o no mujer y callaos la boca u os cortaré la lengua. Quiero que entiendas Helga, que ni mis hombres ni yo hemos hecho nada a tu pueblo, pero ya hablaremos de ello mañana. Y vamos a buscar la forma de proporcionarte una experiencia completamente distinta a todas las anteriores.


Helga notó que enrojecía aún más. Abrió la boca para protestar, pero no consiguió emitir ningún sonido, solo exhalar un suspiro. Entonces, él la tomó por la cintura, arrancando las ataduras de la pared y la llevó hacia sí. Su contacto le quemó en el cuerpo. Le acarició el cuello con los labios, y el roce le causó un temblor por todo el cuerpo. Dag se enrolló el pelo color fuego en la mano e hizo que inclinara la cabeza hacia atrás rudamente, en contra de su voluntad, y continuó dándole besos cálidos en el cuello y la garganta. De repente, Helga no podía pensar.


-Mi señor, yo…


Sus palabras fueron interrumpidas por un beso apasionado, que no atendió a las protestas ni a la resistencia. Y, poco a poco, la resistencia fue desapareciendo y Helga se dejó llevar, y el beso se hizo más profundo y persuasivo, y todo desapareció salvo el cuerpo musculoso que se estrechaba contra el suyo y el olor y el sabor de Dag.


-Eres muy bella, Helga. Bella, guerrera y deseable.


Él se inclinó, la tomó en brazos y la llevó hasta el lecho. La dejó en el suelo y cerró la cortina tras ellos. Con el corazón acelerado, ella lo vio acercarse hasta que solo los separaban unos centímetros. Dag no apartó la mirada de ella, pero no dijo nada; en vez de hablar, le quitó la ropa sin miramientos, arrancándole prenda por prenda hasta que solo quedó cubierta con la camisa de lino. Entonces, la abrazó y la besó de nuevo, con más ferocidad que antes, buscando su respuesta. Helga notó el calor de sus manos a través de la tela, y se estremeció. Dag lo percibió y se apartó para observarla, y ella leyó la pregunta en su semblante. Dio un paso hacia atrás; él no hizo ademán de impedírselo, y su expresión no se alteró. Sin embargo, la mirada de sus ojos azules era caliente. La deseaba, pero no iba a forzarla. Lo que ocurriera después sería decisión suya. El corazón le golpeó el pecho. Lentamente, se quitó el camisón y lo dejó caer. Dag tomó aire bruscamente, y aquel sonido le provocó una sensación de poder, al igual que su mirada de sorpresa. Alzó la barbilla y, poco a poco, se soltó el pelo y lo agitó para que le cayera por los hombros. Cuando terminó, se reunió con él. Dag hizo ademán de desabrocharse el cinturón, pero ella le agarró ambas manos.


-No. Déjame a mí. –Dijo Helga con valentía.


Él dejó caer las manos a ambos lados del cuerpo, mientras ella le desabrochaba el cinturón. Después, Helga tomó el bajo de su túnica, y él alzó los brazos y se inclinó un poco para que ella pudiera sacársela por la cabeza. Después, le siguió la camisa. Desabrochó también los cierres de su pantalón, y le bajó la tela por las caderas. Él se descalzó y sacó las piernas de las perneras.


Entonces, la agarró por la cintura, la tiró a la cama  y Helga le rodeó el cuello con los brazos y se estrechó contra él. Inmediatamente, ella sintió su miembro excitado y, por un momento, su memoria se reactivó. Con firmeza, se apartó los recuerdos de Cynan para poder acabar con aquello lo antes posible. Inclinó la cabeza para poder recibir sus besos. Él la abrazó con más fuerza, y su beso se volvió más feroz, más anhelante. Ella se rindió, dejó que sus lenguas jugasen en un vaivén de caricias. 


Dag maniobró para quedar encima de ella, Helga quiso por todos los medios posibles cambiar las posiciones, no permitiría que ese hombre la gobernase, pero fue un intento inútil ya que era un guerrero extremadamente fuerte y robusto. Entonces, él volvió a besarla y le acarició el cuerpo, con unas caricias firmes y seguras que le provocaron un cosquilleo en la piel. Le rozó el cuello y el pecho con los labios, antes de cerrar la boca sobre el pezón y succionar fuertemente, proporcionándole dos sensaciones; una era del dolor que acababa de sentir y la segunda era  una sensación tan dulce que a ella se le cortó la respiración. Helga había pensado que sabía lo que iba a ocurrir, que conocía las cosas de la vida y que, por lo tanto, estaba preparada, él iba a hacerle daño y a ella solo le importaba una cosa, darle muerte. Dag la acariciaba de una manera experta y ruda pero al mismo tiempo seductora y excitante. Él movió la mano por su cintura y sus nalgas, y acarició toda la longitud de su muslo antes de deslizarle la mano entre las piernas. Helga se puso muy tensa; de repente, se sintió insegura. Cuando él continuó, ella se rebeló contra él, le mordió el hombro y le arañó la cara. Sin paciencia, Dag le ató las manos y las colocó por encima de su cabeza, volvió a acercarle la mano y siguió con sus caricias. Las caricias eran suaves y no desagradables, y le permitieron atisbar intimidades que hacía tiempo no sentía, de ahora en adelante se recrearía en los momentos vividos con Cynan. A medida que él continuaba, se creó un delicioso calor en el centro de su pelvis. Dag cortó la cuerda de las manos, diciéndole antes que al menor intento se las cortaría con su propia espada. Guio una de sus manos hasta su erección, obligándola a tocarlo. Al oír que Dag gruñía, vaciló unos instantes y lo miró fijamente.


-No pasa nada, pero sigue. –Le gruñó Dag.


Obedientemente, ella continuó, y oyó que él tomaba aire. En su interior, el calor siguió aumentando, y la respiración se le aceleró. La idea de tenerlo en su cuerpo ya no le parecía alarmante; era excitante. Él deslizó los dedos por su sexo resbaladizo y, como respuesta, ella notó un nudo de tensión. Se estremeció de placer y arqueó el cuerpo contra él, presintiendo que había algo más allá de todo aquello, algo que quería y no sentía desde hacía mucho tiempo. Él le separó los muslos y entró en su cuerpo de una única y fuerte embestida. Helga cerró los ojos y dejó que su cuerpo se moviera con él. El ritmo aumentó, y la tensión creció dentro de ella. Cerró los ojos e intentó alcanzarlo,  pero fueron intentos fallidos porque la estaba follando muy duramente. Nunca había experimentado aquel acto de ese modo tan salvaje, pero lejos de no quererlo, estaba empezando a descubrir sensaciones nunca encontradas.  Entonces, él volvió a entrar en su cuerpo, despacio, deslizándose poco a poco pero ella estaba impaciente y hambrienta de algo que quería alcanzar. Por instinto, cerró las piernas alrededor de su cuerpo e intentó atraparlo más profundamente. Sin embargo, él la hizo esperar, jugueteando y seduciéndola para que el fuego aumentara en su interior, para llevarla consigo. Helga se retorció y se arqueó contra él, clavándole las uñas en la espalda.


Dag se dejó llevar y comenzó a hundirse en ella profundamente, con fuerza; la necesidad lo dominó, y quiso poseerla por completo. Helga lo sintió estremecerse y gruñir y, después, notó su espasmo antes de liberarse dentro de ella. Con la respiración acelerada, él la mantuvo así durante unos momentos, como si no quisiera soltarla. Su mirada se quedó atrapada en la de ella; era una mirada ardiente, feroz, posesiva. Entonces, lentamente, la expresión desapareció de su semblante, y Dag se retiró y se tendió a su lado. 


Helga cerró los ojos, Estaba lánguida, saciada, y todo su ser resonaba con él. ¿Había sido aquella su intención? ¿Había sido su consentimiento más satisfactorio para él de lo que hubiera sido una violación? Entre ellos siempre había habido una atracción muy fuerte, como aquella vez antes de conocer a Cynan, cuando estaban luchando contra unos bandidos y se bañaron juntos en el lago, Dag le había dicho que peleaba mejor que muchos de los mejores guerreros que conocía y que no le temblaba el pulso a la hora de cortar cabezas. 


Dag se quedó inmóvil, esperando a que los latidos del corazón se calmaran. Todos sus sentidos estaban concentrados en la mujer que había a su lado. Había pensado que iba a disfrutar con ella sí, lo que no se imaginaba era aquella emoción que acababa de experimentar. Sentía un cosquilleo en el cuerpo, y su cabeza ya estaba imaginando otras deliciosas posibilidades de follársela. Pero le vinieron a la cabeza unas palabras.


«Tomadla  a menudo de todas las formas imaginables. De ese modo, podréis olvidarla más pronto», le había dicho su fiel amigo Fergus. 


Dag frunció el ceño. Aunque la primera parte de su consejo era fácil de seguir, la segunda parte no era tan sencilla. En vez de romperse la magia, el desencanto que normalmente seguía al sexo no había aparecido en aquella ocasión. No solo seguía deseando a Helga, sino que quería tomarla hasta que ella le pidiera piedad, hasta que hubiera conseguido quitarle todas las demás cosas de la cabeza, hasta que olvidase de una  vez por todas a Cynan. Ella no había alcanzado el éxtasis en aquella ocasión, pero iba a suceder. Helga iba a ser suya en cuerpo y alma. Se le pasó por la cabeza que aquello podía tener consecuencias. El placer que acababa de experimentar era muy poco común y él, lejos de sentirse cauteloso, se sentía hambriento de más. 


Al ver su expresión, a Helga se le formó un nudo en la garganta. ¿Lo había irritado de algún modo? ¿Significaba aquella consumación que el interés de Dag había terminado? Tal vez, si ella tuviera más experiencia, habría sabido complacerle mejor, y él hubiera sopesado la posibilidad de quedarse con ella. Eso sería mucho más preferible que la alternativa. No podía volver a ningún lugar, pues habían quemado, masacrado y robado su poblado. Ahora solo le quedaba una alternativa, hacer un pacto con aquel guerrero para conseguir vengar a su gente.





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