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Vampires.

Bajó acariciándome hasta alcanzar mi  sexo, deteniéndose antes en mi vientre para lamerme el ombligo. Se dedicó largo rato a acariciar mis pechos con sus manos, mientras su lengua lamía los pliegues de mi sexo, rodeando mi clítoris, introduciéndose con suavidad, gemía, casi sollozaba de placer, cuando estaba al borde del orgasmo, aprisionó mi clítoris entre sus labios y succionó con fruición, estimulándolo, poniendo en alerta todas mis terminaciones nerviosas, enredándolo con su lengua, mientras buscaba su sexo con mi boca, lamiendo y apresando con mis labios su plenitud, succionando, empapándolo de saliva, jadeando sobre su sexo y provocando su respuesta inmediata en forma de orgasmo largo y caliente. De un fuerte empujón me lanzaba contra la cama, mientras buscaba con insistencia mis labios, y apretaba mis pechos, manteniéndome inmovilizada bajo el peso de su fuerte cuerpo. Una embestida certera, en donde las sacudidas se volvieron más violentas, y las respiraciones cada vez más entrecortadas, notaba como entraba y salía de mi interior con fuerza rozando fuertemente los huesos de mi pelvis, sus ojos me miraban intensamente, su mano  se posó en mi mejilla y me sonrió sexy y dulcemente, no me extrañó el frío contacto sus manos. Mis dedos se enredaron en su pelo y nuestras bocas se enlazaron en un tango sin fin. Estaba dentro de mí, haciéndome enloquecer con suaves movimientos que cada vez se volvían más y más frenéticos, y mi sexo le atrapaba una y otra vez, y otra, y otra vez, negándose a que ese dulce momento tuviera fin.

Y entonces, decidí que era el momento de hacerla mía. Hacerla mía para toda la eternidad.








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Farah 2.

Farah se movió hacia mi pecho y rodeó con la lengua cada uno de mis duros pezones mientras retocaba con las manos los músculos del otro lado. Entonces movió las manos lentamente por mis hombros, y dejó que la camisa se me deslizara por los brazos hasta terminar cayendo al suelo. Escalofríos me recorrieron la espina dorsal cuando noté sus uñas clavadas en mis abdominales hasta llegar a la cintura de mis vaqueros. Tiró de ellos, obligándome a acercarme más a ella, y luego sentí su mano acariciarme a través de la tela con la justa presión. -Farah… Fue todo lo que pude decir mientras intentaba desesperadamente no perder el control antes de haberle hecho el amor. Ella se quitó los zapatos a patadas y yo llevé las manos hasta el dobladillo de su vestido. Mi dedo pulgar acarició la piel desnuda de sus muslos color canela, pero ni de lejos aquello fue suficiente. Así que le levanté el vestido por encima de la cabeza para que se uniera a mi camisa en el suelo. Estaba impresionante con ese su

Completely yours.

-Nunca he hecho esto antes… -respondí un poco asustada. -No, ya lo sé Trisa. Así que si te hago daño o te molesta o no te gusta, necesito que me lo digas. ¿Vale? Para parar en el acto. -me dijo Ceran intentando tranquilizarme. Sentí cómo poco a poco ejercía más presión conforme fue moviéndose hacia dentro. Y luego, con un movimiento rápido, me penetró. Ahogué un grito ante la sensación, me tensé, contuve la respiración y las lágrimas se me acumularon en los ojos sin darme cuenta, quería que saliese de mi interior pero, me quedé quieta y cerré los ojos, dispuesta a no moverme ante tal sensación. -Respira, Trisa. Joder, tienes que respirar, que si no te vas a morir, mujer. ¿Te hago daño? ¿Quieres que lo dejemos?  La voz dubitativa de Ceran me hizo relajarme, mientras sus manos me acariciaban el cuerpo con cariño y depositaba pequeños besos en mi espalda. Tenía razón, una vez que intenté relajarme, el dolor punzante empezó poco a poco a desaparecer.  -Sigue Ceran, puedo con

Confesionario.

- ¿Quieres confesarte hija mía? - Si padre, si puede confesarme ahora mejor. Contesté aunque me parece un poco ridículo llamarle eso a la persona con la que compartí mi primera vez. Le dejé entrar en el confesionario antes de levantarme del banco. No me daba vergüenza llevar un vestido de seda largo y negro con un pequeño escote lo llevaba tan ceñido que parecía una segunda piel y unos tacones de infarto. Así que cuando Saúl abrió la ventanita del confesionario pudo distinguir como la luz del sol de la mañana atravesaba la iglesia y me envolvía resaltando mi esbelta figura. Me demoré unos segundos antes de arrodillarme para darle tiempo a reponerse pues se había quedado embobado mirándome de arriba abajo y comencé. -Ave María purísima. -Sin pecado concebida. -Perdóneme padre porque he pecado. -¿Cuánto tiempo hace que no te confiesas hija mía? Me preguntó Saúl con voz algo ronca. -Siete días padre. Ayúdeme estoy desesperada. Dije conteniendo la risa.