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Wall.

Anna se abrazó a él con fuerza dejando que la apoyara contra la superficie de la pared del pasillo. Los besos se volvieron cada vez más urgentes, más ansiosos por explorarse, por reconocer cada centímetro de la piel del otro. Las capas de ropa comenzaron a sobrar y, mientras él la sujetaba, ella le introdujo las manos bajo la camiseta y comenzó a recorrer su torso con las yemas de los dedos, deteniéndose en cada músculo, cada hendidura, cada centímetro de aquella piel masculina y terriblemente sexy.


Duncan sentía las caricias de Anna como una invitación, sus manos se deslizaban por su piel contuvo el aliento cuando después de largos segundos.


Anna notó la dureza de su sexo se apretó con más fuerza a él, y Duncan la vio arquearse buscando la intimidad de la caricia de sus sexos. Ella era sexy y excitante, y se dejaba llevar de una forma primitiva y básica, como él. Anna comenzó a mover las caderas enredada a su cuerpo y con la espalda apoyada en la pared, lo miraba a los ojos hipnótica.


Duncan creyó que estallaría de placer antes incluso de poder estar dentro de ella. El baile endiablado de sus caderas lo estaba volviendo loco. La visión espectacular de su rostro envuelto en las llamas del fuego de su cabello, los carnosos labios entreabiertos, alimentados de jadeos intermitentes, no pudo más y presionó contra la pared. Buscó su cuello, hundiendo el rostro en la cascada de su pelo, respirando su aroma a vainilla y frutas del bosque. Vio sus sentidos nublarse hasta no existir nada en el mundo excepto Anna, sabiendo que jamás volvería a sentirse con una mujer como con ella. 


-Necesito estar dentro de ti nena. -Gruñó junto a su oído.


Anna se abrazó a él. Con una mano le acariciaba la espalda y la otra la enredaba en su cabello mientras él mordisqueaba la piel de su cuello y se frotaba contra ella. Jamás se había sentido tan viva. Nunca había sentido la necesidad de ser poseía por otra persona, sin importar nada salvo la unión primitiva de los cuerpos, el fuego que consumía su sexo envuelto en oleadas continuas de placer, la palpitación cálida y exigente que anidaba en su interior. Solo había una respuesta a la declaración de Duncan.


-Ahora, hazlo ahora. -Le dijo Anna acalorada.


Entre jadeos Duncan recibió su urgencia como el mayor de los afrodisíacos. La sujetó con fuerza y la estampó contra la pared de nuevo, se colocó sobre ella, abarcándola por completo, se acopló al cuerpo femenino como si estuviesen destinados a ser uno. 


El cuerpo de Anna, se estremeció inmediatamente bajo su cuerpo, entregándose al placer más absoluto. Ella gritó enardecida, dejándose llevar por la explosión que le devoraba las entrañas. Sus caderas se fundieron a las suyas y comenzó a moverse de manera endiablada buscando las penetraciones cada vez más profundas y acompasadas. Sentirlo poseerla de aquella forma primitiva mientras repetía su nombre una y otra vez como la declaración más básica de que no había otro lugar en el que él quisiera estar, fue la música que envolvió su cuerpo acompañando al orgasmo más devastador que hubiese sentido jamás. Minutos más tarde, cuando pensó que su cuerpo se consumiría sin remedio, lo sintió derramarse en su interior, al tiempo que un gemido desgarrador lo abandonaba al placer y se dejaba caer sobre su cuerpo, hundiendo de nuevo el rostro en su pelo.














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