Sé que soy una chica madura, avispada, mordaz y más experta de lo que mi aspecto sugiere pues aunque tenga veintiséis años parezco una cría de dieciséis. Con frecuencia mi sonrisa inocente me ha permitido manipular a unos cuantos hombres a lo largo de mi vida, en ocasiones mucho mayores que yo. Rara vez bajo la guardia, revelando cuáles son mis verdaderos sentimientos y suelo mantener constantemente oculto mi lado más tierno y necesitado de afecto. Sin embargo, últimamente, tras una relación desastrosa, había reflexionado mucho sobre mi estilo de vida y mi conducta. No sé por qué narices tuve que empezar una relación con uno de los jefazos, y no uno cualquiera, era el hijo del señor Fernández, una de las mayores empresas de la ciudad y una de la competencia más dura. El chico, Ismael, era el típico “tío bueno” era alto, aunque no mucho quizá 1,77 cm, de complexión atlética puesto que aparte de sus cinco horas de gimnasio diarias también estaba apuntado a natación, por ello sus ...