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Ella había estado llorando. Tenía los ojos hinchados aún y pálida aunque acabase de darse una ducha. Esta era una mujer. La mujer que hacía a su polla alzarse potente y lo confundiese como Dédalo en el laberinto. Y estaba desnuda debajo de la toalla. El borde se apartó de su muslo, dejando al descubierto la carne suave y cremosa. Mientras lo miraba, sus pechos comenzaron a moverse y sabía que sus pezones estaban duros. La conocía,  se acercó a ella. Aturdido y tan jodidamente loco por introducirse en ella tan profundamente que olvidase hasta su nombre, no podía soportar un minuto más alejado de ella, dos años era demasiado tiempo. Besarla fue como caer en el Infierno. El placer barrió a través de sus sentidos cuando ella dejó escapar un pequeño gemido que se le escapó de la garganta y sus manos se deslizaron sobre su pecho hacia los botones de su camisa, un poco torpe, lo suficientemente lento como para volverlo loco por el toque, mientras se bajaba los vaqueros por las caderas, sus labios se movían por su cuello, saboreando su carne recién salida de la ducha. Su piel era como la seda, receptiva y sensible a cada toque de él, como recordaba, como tenía que ser y como seria siempre.  Ella se movió debajo de él, retorciéndose, con las manos sobre sus hombros, sujetándolo a ella con su cuello arqueado y quejándose contra suyo. Gimió cuando sus labios se movieron a lo largo de su cuello. La sensación de la pesada longitud de su polla endurecida contra su estómago como hierro caliente y duro. Lo quería dentro de ella. Lo necesitaba en su interior. Necesitaba sentirlo dentro de ella, quemándola en formas que nunca había sido capaz de hacer por sí misma. Sus labios se movían sobre sus pezones, arrancando un agudo grito de sus labios. Tensos, duros, sus pezones se inflamaron de placer cuando sus labios rodearon uno, los dedos se apoderaron del otro. La lengua azotó sobre el tierno brote, con los dientes ásperos sobre él antes de que lo chupara más profundo hacia el interior. Mientras él abría sus piernas, sosteniéndolas con sus palmas sobre sus muslos internos, ella estaba segura que se haría añicos, de repente, empujó las piernas más arriba y la lengua la folló con un hambre que no esperaba. La lengua empujaba dentro de su sexo, lamiendo la sensibilidad, los nervios cargados de las paredes vaginales mientras ella se arqueaba hacia los embates, gritando de puro placer.  Se retorcía debajo de él, necesitaba estar más cerca, para sentirlo más profundo, más duro, más caliente. Quería que estuviese entro de ella, pero la sensación de su lengua era tan buena, tan erótica que no pudo resistirse a eso.



Se sintió a punto, en el borde de una liberación diferente de lo que ella podría haberse dado a sí misma. Pero él se echó hacia atrás, y se colocó entre sus muslos, metiendo la polla entre los pliegues de su sexo mientras se detenía, mirándola, hambriento como nunca antes lo había estado por una mujer, ella lo miró, repentinamente insegura hasta que bajó la mirada donde sus cuerpos comenzaban a fusionarse.  La gruesa cabeza de su pene separándole los pliegues, presionado contra la entrada apretada, entonces comenzó a empujar, abriéndose camino, estirando su cuerpo cuando comenzó a poseerla.  Era como ser consumida por las llamas. Como tener un calor duro como el hierro presionando dentro de ella, ardiente contra la tierna carne aunque un poco doloroso. La cabeza del sexo de él de repente empujó hacia adelante en su entrada, cuando la sensación barrió de golpe a través de ella y la dejó luchando por respirar, las caderas de él retrocedieron hasta casi salirse por completo de ella, solamente para tomar impulso y volver a penetrarla más profundamente. Ella gritó. No pudo evitarlo. Un poderoso y muy caliente rayo la extendió hasta que estuvo segura de que no había espacio para estirar más, demasiado tiempo sin tenerlo dentro, pero sabía que podía acomodarse a él. Todavía estaba tratando de respirar. Tratando de darle sentido a las sensaciones corriendo a través de ella con la fuerza de un volcán.  Era duro, haciéndose eco en el fondo, golpeando a través de ella una y otra vez, el violento placer la llevó más alto, temblando por todo su cuerpo al sentir el latido de su sexo dentro de ella.  Era como si su carne se fundiese con la de ella, él estaba alojado profundamente en su interior. Sus uñas se clavaron en los hombros, el temor de que él fuera a dejarla, que le pusiera fin a las sensaciones y a la ráfaga de placer, arrancó un quejido de su garganta y apretó los delicados músculos rodeándolo. Era más placer del que jamás había conocido nunca. Y fue más placer que el que su cuerpo y su mente parecía capaz de procesar a la vez. Pero él se movía. Con pequeños envites comenzó a trabajar su polla dentro y fuera, extendiéndola a medida que hacía su camino hacia adentro y hacia afuera de ella con movimientos lentos y superficiales, ella necesitaba más, sus caderas se echaron hacia atrás, y cuando él la penetró de nuevo, no fue con movimientos lentos. Se enterró hasta el fondo, su grito rompió el aire alrededor de ellos cuando comenzaron los profundos y pesados empujes y enterraban su sexo dentro de ella una y otra vez. Cada embestida era como el golpe de un martillo, separando la carne, hundiéndola en su interior y acariciando sus músculos intactos.  Apretada y gritando en respuesta al placer y al creciente doloroso éxtasis que parecía mezclarse y fusionarse, creaban una fuerza de sensaciones de tal manera que estaba a punto de llegar al clímax de nuevo, él estaba moviéndose más rápido, empujando dentro de ella más fuerte, el calor extendiéndose cada vez más, hasta que podía sentir las llamas luchando en cada partícula de su cuerpo y de pronto, brutalmente, arrojándola dentro de un éxtasis del que sabía que nunca se recuperaría completamente estalló en mil pedazos seguida de él. 



Había sido increíble, ella había vuelto a casa, ella era y siempre será su mujer.









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